El circo urdangariniano

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 Por una vez y sin que sirva de precedente imitamos a Losantos en la formación de adjetivos facilones y previsibles, como, cuando sus campañas contra Gallardón, se inventó lo de gallardoniano o gallardonita -desde que es ministro de Justicia hasta comienza a caerle simpático-. Por lo tanto usamos el mismo sufijo y ahí tienen un flamante adjetivo.

No vamos a tildar al juez de estajanovista por haber sudado tanto el sueldo ni al paciente duque por haber aguantado tan estoicamente tantas horas de interrogatorio –para muchos inquisitorial-, total, para decir que el culpable es su socio y que la princesa no tiene nada que ver en esta historia…

Si vamos a referirnos a los dos actores principales de este circo judicial y mediático, al juez y al duque, pero a través de las simpatías y fobias que ambos provocan en determinados medios.

Urdangarin –dicen que sin tilde al ser un nombre vasco- hereda de Losantos su animadversión a todo lo que proceda de la Zarzuela y su actitud  es calificada por este, en su columna de El Mundo de  “Chulería y cobardía”:

“Urdangarin, tras el numerito de valentón para incautos, se acobardó, se arrugó, rehuyó su obligación, fingió ignorancia, culpó a su socio de trinques y evasiones fiscales y, para engañar al público y al presidente, es decir, a la opinión y al juez, se dedicó a hacer como que exoneraba a su esposa, cuando, en realidad, la ponía a su nivel para exonerarse a sí mismo (…)  Resumen del primer asalto: toda chulería esconde miedo o cobardía”.

Y en un editorial del medio de Losantos, LD:

“Aunque el Duque de Palma salga indemne de este proceso, hay ya un número suficiente de hechos incontrovertibles que sitúan al hoy imputado y a su esposa muy lejos del compromiso ético que la Institución exige en sus últimas intervenciones públicas”.

Sin embargo cargan contra el juez Castro unos medios tan heterogéneos –o cada vez menos- como ABC y La Gaceta. El primero, garante de toda la vida de las esencias de la Monarquía, se despacha así contra el juez instructor:

: “Interrogar durante tanto tiempo a un imputado no solo es una práctica desaconsejable desde el punto de vista de sus garantías procesales, sino que pone en riesgo la fiabilidad de sus declaraciones como consecuencia del cansancio y la tensión. La exhaustividad no es propia de esta fase del proceso penal, sino de la vista oral. Y, además, si realmente son ciertos los comentarios al margen hechos por el instructor, el reproche es aún más justificado: un juez resuelve, pero no hace apostillas a los imputados, sobre todo si no le corresponde juzgar, sino investigar. La figura del juez justiciero ya ha causado suficientes estragos en la reciente historia judicial de España”.

Y Carlos Dávila –aunque no exculpa al yernísimo “con certeza que Urdangarín no es la Madre Teresa y es muy probable que se lo haya llevado crudo”-  parece que está buscando un sustituto de Garzón, una vez que ha sido liquidado, un nuevo juez estrella para hacerle el Pimpampum, recordando incluso su procedencia –funcionario de prisiones, como si ello fuera una bajeza-  antes de llegar al foro:

“El juez Castro me gusta menos que las alitas de pollo. Es un vengador justiciero.. Pero ¿quién es el juez para increpar al justiciable? Ya con Matas se portó como un pandillero, como un acusador y no como un togado imparcial. Caer en el juzgado de este personaje garantiza sólo una cosa: que te va a meter el dedo en el ojo antes incluso de evaluar si eres culpable. Si yo fuera abogado del Duque, hoy estaría de fiesta; iría hasta donde hiciera falta para denunciar la parcialidad del juez. Este hombre se cree que aún está mandando internos de prisiones, que es de donde procede. Castro, desde su sitial, amenaza más que juzga; ¿qué digo yo sobre las alitas de pollo?: Castro me gusta menos que Garzón, que ya hace falta”.

 

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