Estampas y frases del pasado

Es seguro que los menores de treinta años no conocieron el incansable y apetecible patrullar del carrito de los helados que cual barco de secano navegaba las calles desiertas del pueblo echando el ancla donde hiciera falta; no oyeron nunca el traqueteo y el rechinar de sus ruedas en ocasiones faltas de aceite, desafiando los cuarenta grados que a veces se enseñoreaban de las calles o el implacable solano que tantas cabelleras arruinó, causante de tanta emisión de laca-capa de ozono- y que tantos ardores nocturnos calmó, carro que en sus entrañas llevaba las heladas golosinas, señor de la calle en la canícula, referente de los mozalbetes que cometieron sus primeros hurtos para tener acceso al privilegio de un buen taco, era también el ruido y la voz del heladero chupetito que marcaban nuestro tiempo en las largas tardes de verano y de siesta y que seguramente escucharía el señorito inventado por el poeta Diego Moreno en su novela “Sin trompetas ni tambores” que se desarrolla precisamente en el caluroso lugar, cuando daba sus acompasados panzazos al principio, después más rápidos , como suele suceder, hasta el panzazo final.

También casi ha caído en desuso“Al trote cochinero”. Fue una expresión de las que más gracia  hacían antaño y pronunciada por algunos de los chistosos oficiales que pululaban por casinos y esquinas y que se aplicaba tanto a la marcha que se adoptaba para los entrenamientos del fútbol como a la de los que perseguían a las mozas hasta ponerse a su altura e intentar su conquista.
Era una expresión comodín referida a una carrera ma non troppo, una forma de caminar entre la de los marchadores y los de medio fondo, una marcha que, de ahí su nombre, recordaba a la del gorrino cuando cogía cierta velocidad.

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