Figura en una ventana

 ‘Se presenta en el  Museo Reina Sofía una gran retrospectiva de Salvador Dalí,  un artista capaz de captar la atención de su entorno contemporáneo. Gracias a la colaboración del museo con el Pompidou se ha conseguido reunir más de 200 obras que recogen las aportaciones del catalán a movimientos como el surrealismo. Sus cuadros con toques oníricos y en los que la mente parece haberse extendido a sus anchas por todo el lienzo son, como mínimo, impactantes.

 Esta exposición pretende adentrarse también en el aspecto más personal del pintor. Es imposible no tener en cuenta el particular carácter de Dalí que influenció de forma inevitable en sus piezas. En uno año en el que el Museo Reina Sofía ha apostado por el arte español destaca esta gran muestra que ahondará en las pinturas que destacaron en su época más paranoica y con tintes ególatras de un personaje que transcendió por su capacidad de adaptación a lo nuevo, de innovar sin rechazar lo que otros habían aportado con anterioridad.

 Al lado de cuadros como  ‘La tentación de San Antonio’ o ‘La persistencia de la memoria’ , ‘El rostro de la guerra’, una sala dedicada a la representación pictórica del conflicto bélico tanto en España como a nivel mundial.

Tintes autobiográficos que se nos descubren a través de los dibujos ideados para su autobiografía ‘La vida secreta’. Auténticas paranoias convertidas en arte gracias a su trazo audaz y concreto, sus ideas frescas y su inteligencia.

 Hemos traido aquí uno de esos cuadros, Figura en una ventana‘ [1925], la hermana del artista, Anna María, asomada a la ventana de la casa familiar en CadaquésÓleo sobre cartón piedra, de estilo realista.

 En el blog EQM , Frescas incitaciones, se dice:

 “He de confesarles que aun cuando en el ámbito de mis preferencias nunca me he encontrado cerca de las rellenitas -no me refiero, por tanto, a las gordas, también en su derecho- siempre he distinguido claramente entre aquellas que se sienten radicalmente disconformes con su cuerpo -las más- y quienes lo llevan con encantadora naturalidad e incluso con satisfactoria seguridad.

La Anna María de Dalí -me gusta, y mucho, esa frescura de su pintura inicial- me parece de estas últimas y sus nalgas siempre me han sugerido una invitación a la caricia. Hasta el punto de que, por avatar del destino, al final y con frecuencia, he acabado sucumbiendo a tal insinuación, por mucho más tiempo del previsible. Toda una vida.

Así de misterioso es el mundo de los afectos. Nunca por casualidad. Eso, seguro”

Se extiende más en Una equívoca melancolía, Arcadi Espada en El Mundo:

“Dalí tenía 20 años cuando pintó Figura en una ventana. Su hermana 17. Era el año 1925. Anna Maria, que posaba en la casa de veraneo que tenían los padres en Cadaqués, era entonces su modelo principal y lo sería hasta la llegada de Gala, cuatro años después:

«Pintaba paciente e infatigablemente, y a mí no me cansaba posar para él (…). Durante las horas en las que le servía de modelo, yo no me cansaba de observar aquel paisaje que ya, para siempre, ha formado parte de mí misma. Pues siempre me pintaba cerca de alguna ventana. Y mis ojos tenían tiempo de entretenerse en los detalles más pequeños.» (Exposición dedicada a Anna Maria Dalí, 2007)».

La mujer en la ventana es un tema clásico de la pintura y de la vida. La mujer espera. Una carta, un marido, un hijo, un soldado que vuelva. En la vida antigua de las mujeres el mundo de fuera solo existe en el modo alféizar. También los sueños. Hasta tal punto eso es aquí cierto que la visión más nítida y habitada del Cadaqués que la muchacha contempla es un reflejo en el cristal de la ventana. A la izquierda un trapo sugiere actividades higiénicas: abluciones recientes o limpieza en la casa. La muchacha viste un atuendo ligero y doméstico, lo que solo refrenda la escena. La mirada del espectador se centra rápidamente en las ancas, algo oscurecidas en medio de la general claridad azul. No se vislumbra mayor intención erótica. La noticia del placer es irrelevante y fugaz, trámite.

Se trata de unas ancas paritorias, que inspiran antes que deseo confianza. Lo decisivo es que de ahí surgirán, y con la facilidad que inspira la generosidad anatómica, animales sanos. No solo las ancas. La firmeza general de la propuesta se asienta sobre unas pantorrillas rollizas (¿existe alguna posibilidad en castellano de juntar dos palabras más castas e inhibidoras?), algo cortas, morenas, de una admirable terrenalidad. Hasta tal punto está todo garantizado y seguro que el pie derecho se permite un ligero bailoteo, una gracia exquisitamente femenina, un caprichoso mohín, mientras el izquierdo se basta y se sobra para mantener la figura en pie.

Hay pocas dudas de que esta espalda, esta fertilidad y este anclaje se asocian al mito de La Ben Plantada, descrita por Eugeni d’Ors en 1911 a partir, presuntamente, de una Lídia, vendedora de pescado en Cadaqués, a la que el propio Dalí describía,cito de un artículo de Teresa Monés, como

«bien plantada y bien enraizada en la roca viva, en la mineralogía pura […] ningún vendaval la arrancaría del Cabo de Creus.»

Cuatro años después soplaría, sin embargo, el vendaval. Se presentó bajo la apariencia frágil y enfermiza de Gala Èluard. Basta comparar las ancas de Anna Maria con el blanco pecho estéril de Gala (Galarina) para averiguar adónde fueron a parar la convicción y el realismo dalinianos. A partir de entonces la firmeza se desharía, empezando por los relojes, el sueño ocuparía el lugar de la vigilia, la tradición mutaría en escatología y la ambigüedad, contra la afirmación de las rotundas líneas fraternales, se erigiría en la moral dominante.

Gala se convertiría en la modelo, total. Y Dalí en un pintor y en un literato gigantesco. O quizá en un literato pintor, el más acabado y fecundo de su época. Toda la carrera de Dalí arranca de este bonito cuadro y de su destrucción inexorable. No es extraño que Anna Maria no le perdonara nunca.

Del cuadro sobrevive una equívoca melancolía. La mediocridad que pudo haber sido y no fue”

 

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