Formas de ver la reciente coronación

Como no tuve ocasión de ver la ceremonia de la coronación del jueves, ni en directo ni en diferido: los fastos del Corpus en Toledo, incluida la enorme corrida de toros, para demostrar que en el centro de las Españas impera aún el más deslumbrante casticismo, requirieron ese día mi atención y para recabar información me he fijado en dos maneras de ver la coronación, una de lo más folklórica y otra más crítica y acerada en unos tiempos tan difíciles como vivimos en que afirman que hay 2,3 millones de niños sumidos en la pobreza.La folklórica y aduladora no puede sino estar a cargo del  cortesano Antonio Burgos, que hinca el espinazo, como él solo sabe, ante el nuevo rey, y en tiempos como estamos de exámenes de selectividad le da la máxima nota, un diez, más que los 9,950 obtenidos por el brillante estudiante Magallanes, en su presentación en el Congreso. A buen seguro de que si sigue así finalmente podrá acceder con todo merecimiento a alguna de las plazas que van a quedar libres de bufón real:

 

«Como estamos en días de mirar por Internet las notas, diré que el brillante alumno Don Felipe de Borbón aprobó sobrado el jueves la Selectividad de Rey de España. Borbón en este caso ganó al brillantísimo Magallanes, porque el teletipo de las flores de lis me dice que sacó no un 9,950, sino un 10 rotundo, entero y pleno, que decía Beni de Cádiz.Lo de Don Felipe el jueves en el Congreso, por las calles de Madrid y en el balcón de Palacio fue la respuesta afirmativa a aquello que nos preguntábamos hace unos años, cuando nadie podía adivinar que aquí habría abdicación en vez de panteón del Escorial directamente: «Sí, a Don Juan Carlos lo acepta y lo quiere la gente porque paró el 23-F. Pero ¿aceptarán los españoles a su hijo?». Ahí lo tienen, echándole casta, en coche descubierto, con dos co…raceros de la Guardia Real. Ahí tienen el lleno hasta la bandera en la Plaza de Oriente, que ya lo quisiera yo para la plaza de toros de Sevilla después del portazo de las figuritas del G-5. Don Felipe aprobó de corrido la Selectividad de Rey y sus padres y sus hijas, la de Familia Real a la europea. Yo echaba de menos el balcón real de Ámsterdam, pero un mojón para la Casa de Orange. ¡Eso sí que es una Familia Real en un balcón, y en un Palacio siete mil millones de veces mejor que el de Ámsterdam! ¿Y esos españolísimos besos? La Reina española cuando besa es que besa de verdad. Precioso muá, muá de la Real Familia en el balcón, como en una cena de Nochevieja sin campanadas, todos besuqueando a todos. Pero con los que Rocío Jurado llamaba «besos catetos», de los que suenan en la mejilla: ¡muá, muá!»

El acto lo ve de una manera muy distinta la también sevillana Concha Caballero, a la que le parece bastante estomagante y almibarada la actitud de la antaño arisca Letizia ante su marido Felipe VI. A Concha, los gestos de Letizia le han recordado el insufrible programa «Lo que necesitas es amor»televisivo:

«El amor es su hecho diferencial y las demostraciones amorosas se brindaron en todos los momentos de la ceremonia y al alcance de todos los fotógrafos. A la entrada, con las manos entrelazadas; por la espalda, con suaves toquecitos; en el corto viaje, con caricias en la cara y, finalmente, en el balcón real en todo su esplendor. Allí la escenificación se hizo doble, como dobles son los reyes, y hubo un sorpresivo beso, también de perdón o de excepción, de la reina-víctima a su exesposo infiel.

Tanta demostración de amor no se hace en vano. Letizia subrayaba y repetía cada gesto amoroso por si hubiese pasado desapercibido. No era casualidad, ni tampoco fruto de una naturalidad de la que carece. Era la escenificación del cuento de hadas, la pareja feliz, la familia perfecta. Demasiado perfecta para una España en crisis. Pero los relatos postmodernos empiezan con un icono, no con un proyecto ni una idea.

Fallaron las multitudes que, asombrosamente, no salieron a la calle a celebrar los nuevos tiempos. Los acompañó la indiferencia de una sociedad que no está para fiestas reales, para palabras vacías, ni para historias de amor tan perfectas. Quizá porque en ese mundo de la calle se vive más dolor que alegría; se pronuncian palabras feas como “paro”, “pobreza” o “desigualdad” que estuvieron proscritas en esta celebración. Porque el amor en la calle es un sentimiento íntimo que nos cura muchos males, pero en la política puede ser una pura mercancía que, como dice Isaac Rosa, se enseña cuando no se tiene nada que ofrecer»

 

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