Miguel Ángel Rodríguez (MAR), ese personaje desmesurado

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Como no podía ser de otra manera Miguel Ángel Rodríguez, ex portavoz del primer Gobierno de Aznar, sale sonriente después declarar en un juicio rápido por un presunto delito contra la seguridad vial. Al parecer conducía borracho – cuadruplicaba la tasa de alcoholemia – en la noche madrileña y chocó contra varios vehículos, que según el mismo “solo rocé ya que los daños ascienden a 1750 euros…” Y algo que le honra: ha pedido disculpas a los afectados y a toda la sociedad española. No obstante ese desliz puede resultarle caro: pueden caerle hasta seis meses de prisión y al menos un año de privación de carné de conducir.

 Es la primera aparición pública de este ser que suele comportarse como un energúmeno y al que se le calienta la boca con suma facilidad, llamando, por ejemplo “nazi” o “rojo-a de mierda” a cualquiera que se le ponga por delante.

 Primera aparición pública porque en privado se le ha visto en más de un sarao donde ha vivido y bebido con la desmesura acostumbrada. Es lo que nos cuenta, testigo a su pesar, Pérez de Albéniz en Un día tan raro_

 “Comí con MAR en el restaurante “El Rancho”, en las afueras de Ávila. Bueno, no en la misma mesa, a ver si me entiende usted. En una cercana. Pero la distancia no importaba, unos centímetros o diez metros, porque todos los comensales parecíamos obligados a compartir almuerzo con MAR: el mamporrero de Aznar hablaba a gritos, para que todo el mundo se enterase de su brillante discurso, de sus geniales anécdotas, de sus chisposas reflexiones. “Tenía el teléfono del presidente…”, aullaba mientras levantaba el móvil para que lo viese todo el mundo.

  MAR es un necio de manual. Ante el asombro de los clientes del restaurante, encadenaba sandeces dirigidas más allá de sus compañeros de mantel. Un mantel, por cierto, con vino tinto y whisky Macallan. Frases que pretendían ser graciosas, que se regodeaban en sus propias miserias, que rebotaban en las paredes inundando el restaurante de mierda. Chascarrillos fruto de la soberbia, de la ignorancia y sobre todo de la estupidez.

“En Madrid, tortas como las mías trescientas” (risas).

“No, no me traiga otra copa que tengo que conducir” (risas).

“Me tendré que tomar otro Macallan, y pídele algo a Alejandro no vaya a estar yo solo en el calabozo” (risas).”

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