Un tiempo extranjero

A propósito del trascendental partido de fútbol que se va a celebrar dentro de una hora, donde esperamos que nadie pierda la cabeza durante el mismo, como al parecer le ocurrió a Ronaldo CR7, ofrecemos un relato breve. Creo que nos va a traer suerte el que, después de varios años, nuestro monarca no va a ser pitado ni nuestro himno nacional vilipendiado. Que gane el mejor, a ser posible el Atlético de Madrid.

 Un relato breve de  David Verge López

Damas y caballeros, soy un imbécil. O, como mínimo, un inepto, un cobarde o alguien que no merece su puesto. Y es que, tras veinte años como columnista en un periódico de renombre como éste, con tirada nacional y de los más vendidos en estos tristes tiempos de crisis, llevo más de dos horas intentando ordenar mis ideas para dar forma a lo que debo escribir sobre la escena que ayer, a las 22:40 horas, millones de personas contemplaron y que, de alguna forma, hizo que el tiempo se detuviera.

Porque ocurrió. El presente se congeló, el planeta cesó en su trayectoria, y todo lo que creíamos seguro, salvo las emociones espontáneas propias del espectáculo, saltó por los aires. Ni los mayas ni Nostradamus pudieron prever un hecho que, al prestarse a tan posibles lecturas, provoca escalofríos, hace reír y llorar a un tiempo, y nos regala, eso seguro, un recuerdo imborrable que se transmitirá a las generaciones venideras. Como es demasiado pronto para sacar conclusiones, dado que el protagonista de esta locura aún no ha concedido declaraciones y, tras ver lo sucedido, se duda de si estará en condiciones de hacerlo algún día, por lo menos, intentaré hacer un breve resumen de lo que transmitió anoche la televisión y que, algunos “privilegiados” como yo, presenciamos en directo.

Estadio Santiago Bernabéu, miércoles 30 de enero de 2013, 21:00 horas. Comienza el partido de ida de la semifinal dela Copadel Rey de fútbol de ésta, nuestra España. Las alineaciones de ambos equipos son las previsibles, salvo la ausencia de Casillas, por operación, en la portería blanca. El duelo de atacantes es, obviamente, el inevitable: Messi y Cristiano, la herencia balompédica de los gladiadores, con la misma sed de sangre, si bien ligeramente pervertida por millones de euros, coches lujosos y mansiones de diseño.

Los equipos saltan al terreno de juego, el griterío es ensordecedor, y las estrellas en el cielo brillan, tal y como ahora aseguran los astrónomos, con una intensidad nunca antes vista. La luna llena es tan inmensa que casi puede tocarse, pero nadie va a prestar atención a los astros allá arriba teniendo a los del campo ya moviéndose arriba y abajo. El colegiado pita el comienzo del partido y el graderío enloquece (ahora, amigo lector, este tipo de expresiones me resultan fútiles pero, incluso bajo estas circunstancias, no puedo despegarme de los tópicos del deporte).

Nos encontramos en pleno invierno, de noche, en el epicentro del país; sin embargo, no hace frío. De alguna forma, se hace difícil respirar y, aunque algunos me tachen ahora de paranoico, puedo asegurar que no soy el único que notó éstas y otras disparidades en el clima. Aún es demasiado pronto, y no pretendo con esto sino añadir posibles factores a los ya conocidos por todos: la presión que sienten estos jugadores en los equipos más importantes del mundo, la estúpida ilusión depositada por las masas empobrecidas, el opio de un pueblo, ahora sí, agónico y necesitado de cualquier calmante terapéutico; y las estadísticas, claro, acechando el orgullo de niños millonarios: 222 partidos oficiales, 88 victorias blancas, 87 azulgranas; el balón de oro, las ruedas de prensa, los ataques periodísticos.

En la primera parte, los equipos se mantuvieron cautos y prestaron especial atención a sus defensas, algo en cierto modo anómalo, al menos en el caso del F.C. Barcelona, siempre dispuesto a desarrollar el juego de ataque que lo ha hecho pasar a la historia; no, algo sostenía una calma tensa en el partido, algo que no me atrevería a calificar de miedo, aunque a mi cabeza venga el terror que poco después se instalaría en todos nosotros. Sólo el gol de Messi, a pase de Iniesta, en el último minuto de este tiempo, rompió esa, llamémoslo así, prudencia estática. Antes siquiera de la repetición, las cámaras enfocaron el rostro maquillado por la ira de Cristiano Ronaldo, quien apretaba los puños y maldecía en portugués para tornar casi de inmediato en lo que a mí me resultó una extraña y efímera sonrisa, al tiempo que sus ojos parecían florecer.

Éstas y otras apreciaciones las compartí en el descanso con mi acompañante, colega de profesión y amigo desde hace muchos años; él coincidió en algunas y añadió otras de las que yo no me había percatado, como el hecho de que una gran mayoría del público estuviera compuesto por extranjeros de todas las nacionalidades, lo cual no sería extraño tratándose de un partido de trascendencia internacional y estar jugándose en una ciudad cosmopolita como Madrid, salvo por el hecho de que, efectivamente, al menos hasta donde nuestra vista y oído alcanzaban, apenas percibíamos presencia española en el estadio, aparte de la nuestra, claro está.

Y comenzó la segunda parte. El Real Madrid salió a por todas: los jugadores corrían desbocados de un campo a otro y las faltas se multiplicaban y comenzaban a ser cada vez más duras. El árbitro, impasible, dejaba que la violencia se filtrara en ambos bandos, cómplice de un espectáculo a todas luces sangriento y desproporcionado que dejó a tres jugadores lesionados, únicos momentos en los que el partido se detenía para realizar los cambios necesarios. El marcador se mantenía en 0-1 y la paciencia de Cristiano parecía agotarse, recriminando un mal pase o la ausencia de éste, enfrentándose a Piqué y Puyol, o desoyendo las instrucciones del banquillo. Todo esto, unido a su falta de acierto en el gol, hizo que Mourinho lo sustituyera a quince minutos del final.

Aquí es donde comienzan las especulaciones. Algunos dicen que ya lo tenía todo preparado desde antes del partido, que de alguna forma y, tal como se podía deducir de sus últimas declaraciones en ruedas de prensa, de esa mirada perdida y de la falta de cuidados en el peinado, algo así podía llegar a ocurrir. Pero, ¿por qué entonces esa furia en el partido? ¿A cuenta de qué si todo le daba lo mismo y estaba a punto de acometer un plan semejante? No, yo soy de los que piensan que la improvisación fue el último escalón de su cordura y que no había nada premeditado. Lo cual no explica de dónde pudo coger la navaja, pues no es algo que pueda esperarse en un banquillo, pero el caso es que allí debía estar, aunque aún se desconoce si era del propio Ronaldo o estaba allí por casualidad. El caso es que cuando el balón se perdió por la banda donde se encontraba sentado, a escasos minutos del final, el jugador se levantó con rapidez, lo agarró con ambas manos y corrió de nuevo al centro del campo, ante la mirada incrédula de público y jugadores. El árbitro, desconcertado, comenzó a pitar su silbato y a agitar los brazos, probablemente pensando en lo que pueda decir el Reglamento en casos como éste. Cristiano, tal y como captaron las cámaras, reía sin parar mientras corría con el balón, su balón, sin escuchar a los compañeros, hasta llegar al círculo central, momento en el cual hizo lo que la mayoría del mundo sabe ya, gracias a la inmediatez de internet.

No me extenderé demasiado en las deducciones. ¿Acaso rajar y copular con un balón ante la mirada de millones de personas en todo el planeta esconde algún mensaje? Algunos buscarán simbología en sus actos, un atentado a las instituciones. Otros lo tomarán como el ejemplo más notable del declive de la sociedad occidental. Y los menos creativos, se conformarán con asegurar haber presenciado un estallido de locura en directo. A mi parecer hay algo más; e insisto, este calor no es normal.

Este relato forma parte del libro cuya cubierta  ilustra este post

 

 

 

 

 

 

 

 

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