Vargas Llosa ante Julia Otero

 

Hoy me peta más – la 1ª vez que utilizo este verbo- hablar de hombres que dejan huella en su paso por la tierra, verbi gratia (por la gracia de sus palabras) Carlos Fuentes o Vargas, más que de gente que está en el candelero por otras razones más vulgares, como el ministro Montoro, al que se le fue la fuerza por la boca cuando era opositor al Régimen socialista y ahora no da una a derechas, o el juez Dívar, sus estancias en hoteles de “solo” 4 estrellas y su inclinación a comer en restaurantes en que la media se pone en 100 euros, solo o en compañía, lo que a nadie importa, excepto a Iñaki Anasagasti, que en su blog hizo ayer unas arriesgadas afirmaciones, aunque atribuyéndolas cobardemente a “mentideros madrileños”.

Carlos Fuentes, Terra nostra o La muerte de Artemio Cruz, recibió ayer el homenaje de sus amigos escritores, por su reciente fallecimiento y el último Nobel, el hispanoperuano Vargas Llosa, que vive felizmente entre nosotros en pleno proceso creativo (El héroe discreto, su próximo libro) y del que voy a referir un par de anécdotas de las que ha sido protagonista.

Habiendo sido invitado para promocionar la Fiesta Nacional en un acto en la plaza de toros de las Ventas por Sánchez Dragó, mediante el ofrecimiento como acicate, primero de 6.000 euros por su asistencia, y como no contestaba, por 12.000, finalmente contestó pidiendo disculpas por no haberlo hecho antes y asegurando que participaría gratis, porque su amor a los toros no tenía precio. En unas palabras que pronunció defendió la Fiesta Nacional y la presencia de los niños (‘mis hijos han asistido y ninguno me ha salido salvaje’) y todo fue un éxito. Sin embargo, los anfitriones se sintieron en deuda con tan ilustre invitado y recomendaron agasajarle con un regalo: una litografía taurina de Picasso que, al final, superó los 12.000 euros que llegaron a ofrecer al literato.

La otra anécdota tiene además como protagonista a Julia Otero. Si la semana pasada se deshizo en elogios a los ojos de Cayetano Rivera, en esta parece no haberse desprendido de esa especie de furor admirativo hacia las gracias masculinas, o ella tiene a gala esa especie de acoso a los entrevistados . En esta ocasión le espeta al apuesto Nobel, que al parecer no ha perdido para doña Julia sus trazas de galán: “No sé qué me gusta más de usted, si su mirada o su sonrisa, Mario”. Respuesta que la dejó patidifusa: “Pues me gustaría más que te gustaran mis libros, la verdad”

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