José Saramago: Algo de lo dicho en su memoria

pilar del rio ante el feretro de saramago

saramago

Nos nos vamos a limitar sólo a traer panegíricos en su memoria. También, y como contrapeso, reproducimos el “homenaje” que desde el ultraconservador Libertad Digital le hace Víctor Gago:

“…Ya se había establecido en Lanzarote. Seguía persiguiendo la luz, como en su casa de Lisboa, pero el personaje era cada vez más sombrío, más triste, más previsible. Su rostro se había avinagrado. Ya no te recibía a la primera llamada. Había casado con una joven periodista, sectaria hasta decir basta. Ecologistas chupasangres, intelectuales de tanque lleno, arreglamundos de barra de bar y toda esa panda de inútiles de la cultura oficial y subvencionada que salen de las piedras en los páramos provincianos lo habían secuestrado y convertido en un icono de no sé qué púlpitos del pesimismo y la revolución. Ni rastro de la ironía un punto melancólica que yo le había conocido en la conversación lisboeta de cuatro años antes. La Fundación César Manrique lo convirtió en el cuadro más preciado de su colección permanente. Saramago se apagó como los volcanes canarios. Mucho risco, mucha lava seca, todo páramo y matorral. De esos años son los Cuadernos de Lanzarote y toda la porquería predicadora que nos endilgó en sus últimos años. Por esa época, le dieron el Nobel y lo terminamos de malograr” y el de L’Osservatore Romano: El diario vaticano arremete contra el escritor y lo tacha de ‘populista extremista’

Lo que sigue es ya una visión más positiva en que las diferencias ideológicas en algunos casos no ocultan la admiración que provoca el gran hombre desaparecido:

Carlos Fuentes: José Saramago vino a recordarnos que hay una gran literatura portuguesa. Nos recordó que había el extraordinario antecedente de Fernando Pessoa y antes la extraordinaria contribución de Eça de Queirós. Pero José Saramago escapó, sin renegar de ella, a su condición puramente nacional para unirse a la gran constelación mundial de narradores (Gabriel García Márquez, Nadine Gordimer, Günter Grass, Juan Goytisolo…) que constituyen hoy la narrativa de la globalidad.

Gael García Bernal: «Estás, y luego de pronto ya no estás». Esto fue lo que me dijo José Saramago en una de esas sobremesas que se dan durante los ensayos de teatro. Estábamos en la feria del libro de Guadalajara ensayando la lectura dramatizada de una de sus novelas, Las intermitencias de la muerte, y sintomáticamente, comenzamos a reflexionar acerca de la muerte, de cómo la vida sigue, de cómo en México habiendo tanta vida se puede entender tanta muerte. La plática era muy amena y profunda -con esa sencillez característica de una buena charla con resaca frente al mar- y de la nada surgió una pregunta retórica: ¿qué pasa con la muerte? Él respondió: «Primero estás, y luego de pronto, ya no estás». Qué bueno que existe ese estado transitorio del ser para describir lo que pasa con la muerte y que nos libera del yugo del ser eterno.

Rodríguez Zapatero: Tu abuelo, nos contaste, intuyendo el final de su existencia en la Tierra, fue diciendo adiós a los amigos, a su familia, a la naturaleza, porque quería estar lúcido y presente cuando la muerte llegara. Por eso, se abrazaba a los árboles que guardaban las páginas escritas de su vida. Tú, que has sido también todos los nombres, no terminas aquí. 2010 es ya, para siempre, el año de la muerte de José Saramago, pero tus libros forman un maravilloso bosque de dignidad. Y yo me abrazo al árbol para mantener tu memoria.

Rajoy: Con José Saramago desaparece un novelista enérgico, comprometido con la fuerza de la palabra. Sus libros son testimonio de ello. Intensos, arrebatados, desvelan la precisión visionaria de quien escribía desde dentro, invocando una pasión íntima que surgía de la imaginación, pero que no renunciaba a tener los pies en la tierra, palpando sus contradicciones y sus injusticias. Sé que no compartíamos el mismo horizonte político. Él creía en unos ideales que no son los míos, pero eso no impide que aprecie en su obra la convicción compartida de que la dignidad del hombre, más allá de las diferencias, siempre cuenta.

Laura Restrepo: Y si de llorar se trata, habrá que confesar que Saramago nos hizo llorar, disimuladamente, claro, a mí y a quienes con él estábamos aquella noche en Santillana del Mar, noche que fue de despedidas, hoy lo sabemos bien y lo intuimos entonces porque los presagios lo anunciaban ya, que nos hizo llorar, venía diciendo, cuando le dio por repetir -en un susurro lusitano apenas inteligible, porque en los últimos tiempos le había dado por hablar así- las palabras que le oyó a su abuela, muy anciana ya: «El mundo es tan bonito, y yo tengo tanta pena de morir».

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