A Francisco Ayala: No todos los días se cumplen 103 años

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Aunque seamos conscientes de que a veces las visitas al blog vienen propiciadas por motivos frívolos, como las andanzas y aventuras de Falete y su pícaro ex novio, o por las periódicas comparecencias de la víctima de la violencia de género Violeta Santander a los platós en donde es estrujada, y ofendida a veces tanto por el público, ávido de panem et circenses, como por una cohorte de entrevistadores-vividores, o por la narración casi a diario de la tragedia representada por Marta de Castillo y sus padres, de vez en cuando no podemos sustraernos a la emoción de traer un personaje, único en España, ya lo hicimos cuando hizo sus primeros 102 años, como es el caso de Francisco Ayala, al cumplir los 103, sin discusión la mayor gloria viva de nuestras letras, no solo por sus años sino por su amplia obra narrativa- Muertes de perro, Los usurpadores , La cabeza del cordero , El Jardín de la delicias- que lo han convertido en uno de los intelectuales españoles más importantes del siglo XX.

Y lo hacemos también por motivos de paisanaje, porque el padre de Fcº Ayala, Francisco Ayala Arroyo (1) nació en Campillos (Málaga) en la calle (de) Enmedio, seguramente porque su abuelo estuvo allí destinado como Juez de Instrucción, proveniente de Córdoba. En la citada villa malagueña, tan afamada en otros tiempos por un colegio muy efectivo en los logros académicos de los alumnos, además de por otras industrias alimentarias y peleteras, pasó su padre unos años antes de que se trasladara a Granada, y si es cierto que el hombre es lo que come, alguna virtualidad psicofíca habría heredado nuestro centenario escritor a través de los genes que su padre le trasmitió. A pesar de estos antecedentes no hay datos de que en el pueblo malagueña exista calle, callejuela o plaza dedicados en su honor, a pesar de que otras glorias de las letras hispanas, caso de Camilo J. Cela, sí las tengan, aunque por unas motivaciones pintorescas e incluso rocambolescas que el escritor orensano, César R.Docampo, ha explicado en algunas ocasiones.

Este post es un homenaje encendido a Francisco Ayala, en su 103 cumpleaños, y de una entrevista que le ha hecho la agencia EFE, extraemos algunas notas.

A pesar de su edad se mantiene joven y atento a la actualidad circundante y es menos pesimista que Saramago, el que afirma que no ve ni un solo motivo en la vida del ser humano para ser optimista, aunque la realidad actual sea “dura y desalentadora” e incluso está interesado por las nuevas tecnologías con las que siempre se llevó bien. Su artículo “Mi ordenador y yo”, de 1985, en el que decía que “ningún escritor que se precie debe usar otro instrumento de trabajo que la última máquina producida por la industria electrónica” así lo atestigua. Tiene página propia en Facebook, aunque en ello seguramente habrá tenido la inestimable ayuda de su esposa Carolyn Richmond que para él: “ella es mi vida; si ella desaparece, desaparezco yo”.

Su receta para hacerse querer y respetar: “no tratar de imponer nada, vivir y dejar vivir” y
los secretos de la longevidad: “tomar las cosas tal y como vengan”, “uno tiene que hacerse solidario con la vida que ha vivido, pero no puede asumirla como propia, sino como un espectáculo al que se asoma”. “Lo vivido ahí está, y ¡adelante con lo mío!”. “Mi vida es literaria, yo he vivido literariamente y creo que todos vivimos, en cierto modo, literariamente, pero sin saberlo o sabiéndolo; yo lo he sabido.”

Sigue conservando el brillo en los ojos que ha tenido siempre, aunque él dice que ese brillo “es engañoso” porque ha perdido mucha vista de un tiempo a esta parte. Es su mujer la que le lee la prensa y lo mantiene informado de la crisis financiera y de cuanto sucede en el mundo. “Ahora lo que está pasando es muy duro y desalentador. Todo ha bajado a un nivel ínfimo y no me parece que sea agradable el ambiente humano de estas fechas”

(1)El padre de Francisco Ayala nació en 1878 en Campillos (Málaga). Su padre, Vicente Ayala Gignar, había sido magistrado y presidente de la Audiencia de Córdoba, y él mismo fue también abogado. Heredó de su familia un carácter conservador que a veces había de chocar con el liberalismo de la familia de su mujer, y un abundante patrimonio que fue pronto dilapidado en malos negocios e inversiones descabelladas.

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