Placeros

Hoy en que empiezan los primeros fríos en Málaga la Bella, quizá un cursi epíteto pero que a algunos que lo son PER SE no les parecerá tanto, me he animado a sacar del congelador un término popular, el de placero, quizá ya en desuso porque es fácil comprobar que la gente, si no hay algún acontecimiento llamativo como semanas santas, ferias, o ferias económicas del jamón y el queso, permanece en sus casas -hace poca plaza -al calor de la lumbre y de las televisiones que parece que las tienen hechizadas, con tantas series y soflamas políticas, que las hay para todos los gustos.

Es la del PLACERO una figura que no ha tenido buena prensa, quizá porque iba unida a situaciones ociosas o a otras, unidas a las anteriores, en que se ejercitaba la crítica social, la murmuración y el corte simbólico de trajes.

Si nos atenemos a la cuarta acepción del diccionario de la Real Academia de la Lengua el «placero» una persona ociosa que anda en conversación en la plaza. Así de simple.
Nosotros la ampliamos diciendo que el placero es una figura que se daba antaño en todos los pueblos y aún hoy día se ven algunos por ahí, casi todos del gremio de los jubilados o desocupados.
Para mí el placero forma parte del paisaje interior y exterior de la Plaza principal del pueblo, habiendo distintas categorías de placeros según en qué plaza se ubiquen, los hay más humildes y más soberbios, más «enteraos» en el argot popular.
Si observamos una postal de principios del siglo pasado ya aparecen los primeros placeros e imagino que los actuales serán sus descendientes.
El placero es un ser muy peculiar y con los años y las muchas horas de práctica ha desarrollado unas técnicas muy sutiles de observación: se nos presenta como un ser distraído que suele mirar hacia el suelo, pero solo con un ojo, el otro ha copiado formas de actuar del camaleón y así hace un barrido de toda la plaza y sabe en todo momento lo que pasa en ella y siempre tiene un oportuno comentario que hacer a los otros placeros que normalmente se congregan en grupos de a cinco. Si se pasa de ese número ya la situación es de descontrol. Algún placero cuando coge a su presa no la suelta hasta que no la despelleja. Otros son más pacíficos y se limitan a verlas venir sin practicar ningún tipo de depredación o a tomar el sol. Según la climatología, buscan la sombra o el sol. Para ello los placeros, que constituyen un lobby muy
fuerte en las estructuras del pueblo han exigido y conseguido que los nuevos edificios tengan soportales.
Pero con la irrupción del automóvil podría parecer que el placero era una figura en extinción. Nada más lejos de la realidad. El placero ha evolucionado y ha conseguido memorizar todas las matrículas de los coches locales y así conociéndolas no tiene por qué mirar directamente a la cara a los pasajeros y tomarles la medida en forma de traje. Pero no fiándose de su práctica -que casi nunca les falla- al pasar el vehículo a su altura miran el coche de una manera tan rápida que el ojo humano no puede percibir pero que al placero le ha bastado para comprobar si va un pasajero que escape a su control. Esta velocidad en el giro rápido de la cabeza fue medida por un radar de la Guardia Civil el 6 de Enero que fue instalado en la Torre de la Iglesia para unos estudios de antropología.
Los comentarios que le merecen al placero todo lo que pasa por su radio de acción los hace solapadamente, incluso los más atrevidos tapándose la boca, técnica que también se ha impuesto en la retransmisión de los partidos de fútbol porque ya hay expertos en la lectura del movimiento de los labios.
En fin, una figura la del placero a tener en cuenta. Habría que instituir en cada pueblo «El día del Placero». Hemos cambiado de siglo, pero el Placero sigue siendo rey en Plaza.

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