Ante el 28-F: Paco de Lucía, un andaluz universal

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En la víspera de la fiesta de Andalucía, en un día en que esta se ve combatida por fenómenos meteorológicos poco usuales, como mucho viento y mucho frío, y en  que se ve sistemáticamente atacada por sus casos de corrupción para tapar los generalizados de otros, que han llegado a decir en un lapsus memorable que «la corrupción es nuestra seña de identidad», me fijo en sus hijos ilustres, en los que pasan a la inmortalidad por su arte, eso que emana de los dioses, y en representación de ellos lo hago en Paco de Lucía, el genio por antonomasia, quizá  el músico español más grande de todos los tiempos.

 Félix Grande lo define a la perfección : “Paco de Lucía ha compuesto el lenguaje guitarrístico más ambicioso y expresivo, y más flamenco, que jamás conociera la guitarra”.

Y quién mejor para hablar del genio andaluz universal desaparecido Paco de Lucía que el poeta Félix Grande, un día que fue homenajeado por la peña La Parra Flamenca de Huétor Vega:

 “Yo le debo la victoria de esta noche a una inmensa derrota. Así como D. Manuel Machado hubiera querido ser, según decía, “antes que un tal poeta, un buen banderillero”, a mi me hubiera gustado ser antes que un casual escritor, un buen discípulo de Paco de lucía. Lo que pasa es que tuve la terrible y fatal fortuna de ser amigo de Paco de Lucía desde que era muy joven.

Yo tocaba la guitarra desde que tenía 14 años, pero tocaba sin verdadera responsabilidad. Tocaba el fin de semana, imitaba como podía algunos bordonazos de Melchor de Marchena, algunas falsetas de Niño Ricardo, quizás alguna falseta de Sabicas. En aquella época antes de la llegada de Paco era mucho más fácil creer que uno tocaba la guitarra. Luego me encontré con Paco un día cuando estaba haciendo el servicio militar, él, y nos hicimos amigos y a partir de ese momento nos veíamos con mucha frecuencia en mi casa. Él entonces viajaba poco y pasaba muchas tardes tocando la guitarra, mi guitarra, que dicho sea de paso se llama “Mesalina”, se llamaba Mesalina. Mesalina como saben ustedes, era una mujer tan poderosa que un día un centurión le propuso llevarle a la cama a una centuria de soldados, romanos, y pasaron por la cama de Mesalina durante toda la noche una centuria de soldados, y cuando, se hizo el amanecer el centurión le dijo: ¿Mesalina, estás satisfecha? Dijo: “No, cansada”.

Por eso le puse el nombre de Mesalina a mi guitarra, en la cual tocó mucho Paco de Lucía, él le hizo eso a mi guitarra, y durante un año y medio más o menos en que nos veíamos casi a diario en mi casa y tocábamos la guitarra, tocaba él, yo de vez en cuando la cogía y tocaba, durante un año y medio, ya saben ustedes que los flamencos, incluso los genios flamencos tienen una especie de superstición con la letra escrita, nunca he entendido por qué, pero la tienen, tienen una especie de respeto supersticioso por aquella gente que escribe y que habla en público, y yo creo que Paco tuvo durante mucho tiempo la necesidad de decirme algo, pero se las estuvo callando por un respeto que no correspondía a nuestra amistad porque ya éramos muy amigos, sin embargo él tenía un pudor, que un día reventó ese pudor como suele reventar cuando se guarda demasiado tiempo, y un día que yo estaba tocando la guitarra me dijo: “¡Azí no vas a tocar tú bien nunca!”.

Le dije: “Paco, estando Paco de Lucía ya, ¿quién va a tocar bien?…

Dice: “! No, no! ¿A que tú te pones la mano derecha de vez en cuando delante de un espejo?…

-Pues sí…

-¿Y pa qué?

-Pues hombre, para colocar la mano derecha de modo que quede perpendicular a las cuerdas, los dedos y pueda atacar con más fuerza…

-¿Y eso por qué lo haces?…

-Pues porque lo veo en los guitarristas, en los guitarristas a los que admiro…

Y me dijo: “Tú tienes que tocar con la tuya y la única manera de que toques bien es dejar la mano absolutamente relajada, tú déjala caer la mano derecha y con la punta de los dedos atacas las cuerdas, pero completamente relajados los dedos, la mano, la muñeca, el codo, el hombro y el cuerpo, y si no estás relajado nunca podrás tener buena técnica”.

Bien, aparte de eso me dio dos o tres ejercicios de digitación y con cierta melodía para que no me aburriera. Y unos meses después, las manos me volaban, de manera que llegó el momento que para mantener la técnica que ya tenía, yo tenía que tocar tres o cuatro horas diarias y para adelantar, para aprender más, tenía que tocar seis o siete horas diarias que es lo mínimo que se puede hacer teniendo en cuenta que nuestros antepasados se dejaron la sangre por las aceras para conseguir la jornada de ocho horas.

Y llegó un momento en que yo tenía la necesidad de tocar la guitarra a todas horas, pero ya estaba instalado en mi mundo literario el cual también amaba mucho, me encontraba desgarrado entre dos pasiones, como el que se encuentra desgarrado entre dos amores.

Un día me fui a ver a un amigo anatomista y le dije: “Mira, esta semana tengo que tomar la decisión más importante de mi vida, que va a condicionar el resto de mi vida, esta semana tengo que decidirme si continuo escribiendo, si dejo la literatura o me dedico a la guitarra”. Y este amigo me dijo: “Bueno, ¿y qué?”…

-Vengo a pedirte consejo…

-Hombre, eso no se le hace a un amigo…

-Los amigos están para eso.

Y me dijo, me preguntó: “¿A qué edad empezaste a tocar la guitarra?

-Yo aproximadamente a los 14 años.

-Bien, tienes afición, yo lo sé, tienes el mejor profesor del mundo, pero si has abierto las manos a los 14 años estás condenado a correr detrás de la técnica toda tu vida, incluidos los domingos y la Semana Santa, hay que abrir las manos a los 6 ó 7 años.

Entonces cerré la guitarra, cerré con llave hace cerca de 30 años y ya no la he vuelto a tocar. Y creo que la culpa, el sentimiento de culpa que sentí al abandonar a Mesalina es lo que me hizo sentarme a escribir mi primer libro sobre flamenco, y luego unos cuantos más, y esos son los libros que desde aquella derrota de no haber podido ser un buen discípulo de Paco de Lucía se ha convertido en la victoria que es esta noche. Esta noche me siento lleno de victoria, esta noche me siento lleno de una alegría, como decía Miguel Hernández, una alegría de una sola vez.

Y ya llega el momento en que no habría que decir más ninguna palabra…»

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