Antimilitarismo casposo

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La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau,  ningunea a los militares:  ha comunicado a los militares que se han acercado a saludarla en el Saló de l’Ensenyament, que se celebra en la capital catalana, que no deseaba que estuvieran en el certamen, «por lo de separar espacios» aunque  la presencia del Ejército en un espacio educativo es algo habitual hasta ahora porque se ofrece como una salida formativa y laboral a los estudiantes. Les ha dicho en su cara a los dos militares se han acercado a recibirla que no deseaba su presencia allí y estos, se han limitado a decirle que «respetaban sus palabras». Menudo corte.

Ada Colau no ignorará que el Ejército tiene un ‘estand’ en este salón en el que informan a los jóvenes de las posibilidades y de las ofertas formativas que existen en las Fuerzas Armadas después de la ESO o del Bachillerato.

A la Colau la ha secundado  una protesta por parte de la campaña ‘Desmilitaricemos la Educación’, en la que unos activistas han escenificado la muerte de personas con libros en las manos, rodeados de flores y con gente tirada en el suelo.

Un portavoz de Defensa ha replicado a Colau que el Ejército merece el mismo»respeto» que el resto de instituciones del Estado porque es una opción académica y de desarrollo profesional «como otra cualquiera». También ha destacado que las Fuerzas Armadas son «garantes” de los derechos y las libertades de todos los españoles.

Dentro de esta campaña podemos recordar también que la citada alcaldesa  y su concejala Laia Ortíz han avisado a la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de que debe desalojar las instalaciones que utiliza legalmente como sede social en los antiguos cuarteles de San Andrés, fruto de un convenio de cesión aprobado en 2013 por el entonces alcalde Xavier Trias. Los legionarios aprovechan un área del patio de las instalaciones para ensayar los desfiles en la procesión del Cristo de la Buena Muerte, que ya sólo se celebra en la parroquia del Hospitalet de Llobregat regida por el sacerdote Custodio Ballester, a quien el Ayuntamiento, del PSC, ha querido expulsar de la ciudad por semejante osadía.

Estos  acontecimientos en Barcelona referidos al trato que se le dispensa a la milicia hacen que titule el post como de «antimilitarismo casposo» aunque esto no es nuevo y se remonta a hace unos años lo que dio lugar a que Manuel Parra Celaya escribiera: «Se ha alborotado el gallinero. Bastó que D. Ricardo Álvarez-Espejo, Inspector General de la zona, lanzara una propuesta para abrir un Museo del Ejército en Barcelona en el antiguo edificio del Gobierno Militar para que el Ayuntamiento de la ciudad, cuya mayoría pertenece al “frente popular nacionalista”, se indignara y repitiera sus tópicos antimilitaristas.

 Porque mi ciudad –otrora abierta, moderna, plural, mediterránea y europea- aspira a ser la capital de ese “nuevo Estado catalán”, producto onírico de una Generalidad sediciosa, y a sus ediles y alcalde les indigna sobremanera todo aquello que tenga que ver con las Fuerzas Armadas españolas. Como es sabido, carece de un Museo dedicado a ellas, desde que, en 2009, por no sé qué extrañas componendas, cesiones, cambalaches y bajada de pantalones (con perdón), desapareció el ubicado en el castillo de Montjuit, que disponía de un interesante y abundante material histórico, mucho del cual hacía referencia a la estrecha relación entre Cataluña y el Ejército español, que los separatistas y sus aliados se niegan a aceptar.

  La nota bufa de aquellas jornadas se dio cuando atribuyeron la recuperación para la ciudad del mencionado castillo a las “instituciones democráticas catalanas”, cuando había sido donado por Francisco Franco en 1963; claro que la placa que lo atestiguaba fue hecha cascotes como por ensalmo. ¿Dónde fue a parar el material expuesto? Me dicen que se distribuyó entre Figueres y Toledo, pero las abundantes donaciones privadas fueron reclamadas, como es de ley, por sus propietarios; desconozco si la colección de soldaditos de plomo, las curiosas armas orientales y el diorama de la defensa de Gerona formarían parte de los traslados, del retorno a lo privado o si se fueron por el escotillón, más o menos como la reproducción de la nao Santa María, fondeada en la Puerta de la Paz, que fue quemada por los separatistas en los años 80, sin que a estas alturas se haya realizado indagación alguna para hallar a los culpables.

 A lo que íbamos, el “frente popular nacionalista” municipal exige, además, que “se desmilitarice la línea costera” y que la antigua sede del Gobierno Militar sea dedicada a “museo del pacifismo”, algo así como albergue de indigentes de la “memoria histórica”, que, traducido al román paladino, quiere decir falsificación de la historia, altar del rencor y foco de desespañolización de todo ámbito catalán.

En nombre de esa “memoria” en manos de los nacionalistas se pretende borrar de un plumazo la larga lista de militares catalanes que figuran en la historia real; desde los colectivos de soldaditos, como los voluntarios de Prim o las Compañías de Voluntarios Catalanes de Cuba, hasta las figures insignes como Cabrera, el Barón de Eroles, Solivella, Cabanes i Escofet, Rafael Tristany, Joan Castell, Borges, Porvedón, Joan Francesc i Serret, Manso, Llauder, Milans del Bosch, Alaix, Vives i Feliu, Nacís Clavería, Ros de Olano, Lassala, Despujols,etc.etc. ¡Pues sí que existía divorcio entre sociedad catalana y Ejército español!
El supuesto pacifismo de los separatistas y aliados es patético. Su antimilitarismo es trasnochado, casposo y anacrónico. Antiguamente, era parejo a su anticlericalismo; militares, curas y toreros venían a ser las bestias negras de los antecesores de los señores Mas, Oriol Junqueras y Trias; ahora, expulsados los toreros por prohibición de la Fiesta, asimilados muchos curas y monjas a la “causa”, el objetivo permanente es el Ejército español. Claro que, entretanto, se sigue diseñando entre bastidores un futuro “Ejército catalán”, incluida Marina, Aviación  y Servicio de Inteligencia.
Aunque esto último no acabo de entenderlo del todo, la verdad»

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