El obispo vuelve donde solía

Vuelve donde solía el obispo de Córdoba Demetrio Fernández, en cuyo corpus doctrinal hay abundantes referencias al sexo, al feminismo,  a la ideología de género, aunque, como hoy afirma Juan Torres, pocas referencia n sus homilías y epístolas a Caja Sur : “ por último, no puedo resistirme y dejar de señalar que ha sido una pena que el obispado de Córdoba esté tan atento a las cuestiones sexuales de sus fieles y que no se haya preocupado tanto en años anteriores de las barbaridades que han cometido en la Cajade Ahorros de su propiedad los curas banqueros cordobeses que la dirigían y que nos han costado a los españoles muchos miles de millones de euros”

Así llamó en una ocasión a los jóvenes a huir de la fornicación asegurando que en «algunas escuelas se incitaba a sus alumnos a practicarla, definiéndola (la fornicación) como   “una sexualidad desorganizada, como una bomba de mano que puede explotar en cualquier momento y herir al que la lleva consigo”. El remedio contra la práctica desaforada es la castidad, “la virtud que educa la sexualidad haciéndola humana y sacándola de su más brutal animalidad».

Demuestra su integrismo definiendo a los cristianos de base como “grupos que se han apartado de la práctica de la comunión con los pastores en aras de una adultez del laico mal entendida; que no han tenido reparos en adoptar el análisis marxista en su lectura de la realidad y en su compromiso de acción […] dejando progresivamente de ser cristianos; son «teológicamente protestantes, eclesialmente democraticistas, socialmente marxistas, moralmente subjetivistas y relativistas, ascéticamente pelagianos».

Denuncia un plan de la Unesco «para hacer que la mitad de la población sea homosexual implantando «la ideología de género» en «nuestras escuelas», discriminando de paso a otros tipos de familia que no coinciden con el suyo:  «los hijos de una familia como Dios manda crecen más sanos que los que están repartidos, y no saben de quién son»

Su gran conocimiento teórico-práctico de las sexualidad humana le hace “dividirla en tres estados: Primero, cuando una persona está soltera “no hay lugar para su ejercicio”. Segundo, cuando está casada tiene que saber “administrar sus impulsos en aras del amor auténtico”. Tercero, cuando una persona está consagrada (a Dios) su sexualidad está “sublimada en un amor más puro y oblativo” y llevado de su obsesión por el fornicio (o por el no-fornicio) pone como modelo a una aspirante a Miss Venezuela, que conservó su himen intacto a pesar de que un miembro del jurado intentó llevarla al catre bajo la promesa de otorgarle el título, algo a lo que ella renunció: “la propuesta de fornicación era una condición (no escrita) del concurso”.

Juan Torres, en su blog  La tramoya, El Obispo y el género: ¿incultura o maldad?, le hace algunas precisiones:

“(…) Unas recientes declaraciones del Obispo de Córdoba sobre lo que llama “ideología de género” vuelven a poner sobre la mesa las ganas de confundir y la deriva totalitaria de buena parte de la jerarquía católica, empeñada, como en viejos tiempo, en ver enemigos de Dios y dela Iglesia en donde simplemente hay diferencias sobre la naturaleza de los seres humanos que todos deberíamos contemplar con generosidad y respeto.

El Obispo parte de tener una idea bastante errónea sobre el uso que se hace mayoritariamente del concepto de género y tergiversa algunas cuestiones esenciales. Por ejemplo, cuando utiliza una frase de Simone de Beauvoir (“Mujer no se nace, sino que se hace”) para decir que eso significa afirmar “que el sexo es aquello que uno decide ser”, algo que me parece evidente que Beauvoir nunca quiso decir.

“(…) Por tanto, o es puro desconocimiento o es una maldad hacer creer que quienes defendemos el tener en cuenta estas diferencias o discriminaciones estamos poniendo en cuestión ningún tipo de orden natural. Y, por otro lado, es evidente que se puede defender el concepto o la perspectiva de análisis de género a la que acabo de hacer referencia (y que simplemente se orienta a tratar de descubrir discriminaciones de esa naturaleza cuando se lleva a cabo cualquier otro tipo de análisis de las personas o de la sociedad), si se desea o cree conveniente, con la idea de Dios, porque no hay incompatibilidad ninguna entre ello. Su utilización por muchos católicos y católicas que no ponen en cuestión sus creencias cuando lo hacen así lo prueba.

El Obispo identifica maliciosamente el feminismo y la lucha contra las diferencias de género con los planteamientos personales o políticos que tienen que ver con el reconocimiento de la propia identidad sexual

 Hay que ser muy inculto o muy mala persona para confundirlo y confundir así a la gente.

También me parece una interpretación maliciosa afirmar que quienes defendemos el considerar las diferencias de género como algo que hay que combatir somos “enemigos de la familia”.

En primer lugar, habría que decir que ya está bien de tanta defensa retórica de la familia por quienes menos han hecho por defenderla: basta comprobar que los países europeos que han tenido más influencia dela Iglesia Católicason aquellos en donde las políticas de ayuda a la familia, los recursos que se  ponen a sus disposición y la protección que se les presta es menor. Ya está bien de tanto cinismo.

Pero, en segundo lugar, esa afirmación resulta igualmente maliciosa porque lo que se trata de conseguir cuando se pone sobre la mesa y se trata de combatir la discriminación de género (insisto, las diferencias entre mujeres y hombres generadas por perjuicios, estereotipos, imposiciones… que generan daños y perjuicios a las mujeres) es, precisamente, que la familia funcione más armoniosamente, que haya un reparto más equitativo de las tareas, de los cuidados, que quienes formen parte de ella estén en mejores condiciones para amarse y hacerse felices. Lo que es algo contra natura y lo que impide que las familias sean un espacio que promueva la satisfacción mutua y la plena e integral realización personal de cada uno de sus miembros es justamente el que haya diferencias culturales injustificadas, estereotipos que hacen cargar a una de las partes con más tareas que a las demás, prejuicios que suponen un sacrificio inmenso para las mujeres, cuando se les obliga a vivir sin libertad y sojuzgadas.

Con la vieja estrategia de construir enfrente a un enemigo para aglutinar así a las huestes propias, el Obispo de Córdoba recurre finalmente a denunciar odios donde no los hay: “La iglesia católica es odiada por los promotores de la ideología de género (…) que se va extendiendo implacablemente, incluso en las escuelas”. Una apunte más en el martirologio que tan a menudo olvida las víctimas de uno mismo pero que no tiene fundamento alguno”

 

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