José Manuel Caballero Bonald, premio Cervantes 2012

VÍDEO Caballero Bonald y las claves de la poesía

Lo ha recibido a sus 86 años- siendo y considerándose un hombre de izquierdas no ha dejado de sorprenderle que el Cervantes se lo hayan dado cuando gobierna un partido de derechas-, después de que por dos veces se quedara a las puertas dela Real AcademiaEspañola dela Lengua, cuyo secretario, Darío Villanueva, lo ha glosado así:

  “Su primera dedicación fue poética y la ha mantenido viva hasta hoy mismo. No ha guardado la pluma y sigue presente en nuestro repertorio de hoy. Fue evolucionando hacia una novela que nunca renunció a la poesía de la palabra, es un fabulador de historias y un maestro en el uso del idioma”.

 Este premio reconoce “la obra creadora de uno de los autores clave de la literatura hispanohablante desde los años cincuenta, que ha vivido en España y América Latina. Pertenece a una estirpe de escritores activos, inquietos y sin miedo a la exploración de las palabras por su significado y sonido en busca de borrar las fronteras de los géneros literarios”

 El escritor jerezano es uno de los sobrevivientes de la llamada “generación del cincuenta”, de la que formaban parte autores como Juan García Hortelano, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente y Claudio Rodríguez y va a publicar este año el que dice será su último libro: Entreguerras (Seix Barral). Una especie de autobiografía construida en un solo poema de 3.000 versos. “Ahí está todo lo que he escrito y todo lo que he vivido, ahí está como el compendio de mi literatura y mi vida y eso le da un valor estético especial” “ Después no voy a escribir nada más, no tengo necesidad,  quizá algún artículo que me pidan»

 El libro Entreguerras es un libro-poema de casi 3.000 versículos que ha subtitulado con un homenaje  a Lucrecio (Sobre la naturaleza de las cosas): “Lo escribí en un estado de ánimo muy especial, como estimulado por una apremiante voluntad introspectiva», autobiográfico y escrito sin signos de puntuación: «Lo pedía el carácter fluvial del poema, el propio flujo y reflujo de la memoria», un viaje por los límites del lenguaje, violentando la gramática, ahondando en la complejidad de la memoria, sin huir del hermetismo: “La experiencia que estaba descifrando era a veces oscura y el texto también lo es. La poesía es hermética cuando lo es el mundo que pretende describir, esas palabras que lo identifican».

 «A mi edad hacer este libro… Al terminarlo pensaba que no me correspondía, que estaba excediéndome en la cuota de las osadías testamentarias y que podía conducirme a un callejón sin salida. Pero superé el trance y ahí está todo lo que he escrito y todo lo que he vivido, ahí está como el compendio de mi literatura y mi vida y eso le da un valor estético especial. Con toda seguridad es el final de mi obra. Después de esto ya no voy a escribir nada, no me va a hacer falta». “Con este libro se ha acabado mi literatura y se ha acabado mi vida. Lo último sí es preocupante, pero se contrarresta con la sensación de plenitud». ¿Y la eternidad? «Me gustaría creer en ella. Cuando se esparzan mis cenizas en el sitio que yo quiero terminaré convirtiéndome en árbol, en agua, en piedra… Viviré en la naturaleza para siempre. Incluso puedo compartir la idea de divinidad, sin roces ni traumas».

 De su obra novelística: “salvo Campo de Agramante y sobre todo Ágata ojo de gato, que en el fondo responde a una formulación poética. Lo demás han sido búsquedas más o menos bien articuladas. No me considero en puridad un narrador, soy un poeta que hizo algunas incursiones novelísticas», aunque “ Dos días de septiembre” –  denuncia de una sociedad andaluza anquilosada que le valió en su ciudad natal el calificativo de antijerezano-  lo colocó en la primera línea de la narrativa española de los años 50:

 «Fue mi tributo al realismo social. La escribí deliberadamente así, pensando que tenía que ser el testimonio crítico de una determinada sociedad… Fue un ejercicio novelístico del que estoy satisfecho, sobre todo por el cuidado lingüístico. Apruebo en este sentido todas mis novelas, pero ninguna me complace tanto como Ágata».

 Consumado juerguista nocturno, como todos sus compañeros de la generación del 50, afirma que aquellas noches duraban días. De aquellas juergas le quedó un proyecto: “escribir la biografía de un cantaor flamenco que fuera la cifra de los muchos que ha conocido. «Algo parecido a lo que hizo Cortázar con Charlie Parker en El perseguidor», y ahora opina sobre el flamenco:

  «Todo eso de declarar al flamenco patrimonio inmaterial de la humanidad y de que haya cátedras en la universidad e instituciones que lo tutelan no concuerda con la libertad intrínseca del flamenco, que siempre ha ido por libre, ha sido una protesta sin destinatario, el grito de un pueblo larga y tenazmente sojuzgado. A mí me atrajo porque era un arte marginal al que ni los propios andaluces apreciaban, salvo para esas juergas indecorosas

 … Era un arte propio de gente errática, menesterosa, vinculado a un clima tabernario, prostibulario. Me conmovía andar con esas gentes que habían heredado la cristalización de muchas antiguas raíces musicales» «No soy ni mucho menos un purista. Detesto el purismo en todos sus órdenes. El flamenco ha evolucionado de acuerdo tal vez con las necesidades de los destinatarios, que pedían algo más asequible. Yo defiendo las fusiones, con el jazz, por ejemplo, que no es mala alianza. Ya Demófilo, el padre de los Machado, contaba que el flamenco cambió cuando, en el siglo XIX, saltó del anonimato a los escenarios. Dejó de tener esa atracción de lo clandestino, de lo minoritario. Ahí empezó no a degradarse sino a tener otro sentido, a obedecer a otros estímulos, porque el sentido primordial del flamenco es una habitación y cuatro o cinco personas oyendo cosas imposibles. Pero todo eso ya es una estampa anacrónica».

 «El cantaor es un hombre de estirpe lunática, de una personalidad más bien delirante, saben mucho y no saben nada. Han heredado su sabiduría expresiva por tradición oral y cantan como el que es artista porque su padre también era un buen artista. Sus modelos de vida pueden ser muy enigmáticos y muy simples al mismo tiempo. Y luego están esos relumbres de ingenio, la sabiduría de la sangre… y la locura.”

 E incide mucho en su edad que “le ha obligado a redactar la necrológica de sus amigos más veces de las que hubiera querido.Todos han muerto, queda Brines, al que quiero mucho, pero con el que no anduve tanto. Echo mucho de menos a Ángel González y a Juan García Hortelano, mis amigos del alma. Y a otros grandes amigos suramericanos ya muertos: a Jorge Gaitán, a Eduardo Cote, a Martínez Rivas, a Ernesto Mejías, a Julio Ramón Ribeyro… Eran compañeros muy afines, muy predispuestos a la desobediencia, bebían lo suyo y las noches eran de larga duración… Pero todo eso se fue al garete, como tantas otras cosas… La vejez es una cabronada».

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *