Javier Marías: La pederastia y su incidencia entre los consagrados a Dios

niños

«Confiar un hijo a los curas ha venido a ser como poner el gallinero al cuidado de una guarida de zorros»  (J. Marías)

Escribe un denso artículo ¿Hay quien dé más? sobre la pederastia en el ámbito religioso muy difícil de resumir en la brevedad de este medio pero que ustedes pueden leer en su totalidad siguiendo el enlace, aunque no renunciamos a escribir algunas líneas maestras del mismo, eclesiástica y políticamente incorrecto donde los haya. Así son los modernos librepensadores que pueden dar gracias a Dios de que ya el Índice de libros prohibidos y la Santa Inquisición ya no estén en vigor. Si algunos pudieran imponerlos ya hablaríamos.

– no pocos portavoces católicos se preguntan con desgarro por qué se hace hincapié en los casos de pederastia protagonizados por curas, cuando esa práctica aberrante se da en todas las profesiones. El beato Prada, en un artículo de Abc particularmente farisaico, venía a decir, incluso, que en una sociedad enferma como la nuestra es natural que se contagien –pobrecillos– hasta algunos de los más virtuosos, una verdadera minoría en el conjunto de la población pecadora, haciendo caso omiso de que los sacerdotes siempre son una minoría en ese conjunto –y cada vez más–, y que el porcentaje de sus depravados resulta escandalosamente alto respecto a la totalidad del clero, que es como debe medirse y no respecto a la suma de los ciudadanos.


– el Cardenal Cañizares ha tenido el cinismo de afirmar que las noticias relativas a los abusos sexuales de menores perpetrados por religiosos no sólo no le preocupan en demasía, sino que son meros “ataques” que pretenden que “no se hable de Dios, sino de otras cosas”, como si hablar de cualquier asunto impidiera hacerlo de Dios (tal vez aspire a eso, a que nadie hable de nada… más que él y los suyos de Dios). El Secretario de Estado Vaticano ha declarado por su parte que “Hay personas que intentan desgastarnos”.

El Papa, quien ha quitado importancia a esos abusos recurriendo a la cita evangélica “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, como si su Iglesia no llevase siglos tirando piedras contra todos los pecadores (según su criterio), aterrorizándolos con la amenaza del infierno persiguiendo a disidentes y herejes, quemándolos de vez en cuando, forzándolos a abjurar de sus convicciones, expulsando a los que se desviaban del dogma, imponiendo a creyentes y a no creyentes su fe y su concepción de la moral, obligando a todos a cumplir con sus preceptos, dictando leyes a su conveniencia. ¿Por qué se hace hincapié en los delitos sexuales cometidos por eclesiásticos? Porque éstos llevan la vida entera haciendo hincapié en los “pecados” de los demás, y han condenado y castigado con dureza sus faltas y debilidades.

– La pederastia ¿Es culpa del celibato? Puede ser, en parte. Pero si uno piensa en la mentalidad de un pederasta, es fácil imaginar que éstos optaran por adscribirse a la Iglesia en masa, por las enormes ventajas que les ofrecía: acercanza de los niños y permanente contacto con ellos; su obediencia asegurada y autoridad moral sobre sus creencias; lenidad o connivencia de la jerarquía; impunidad garantizada, como la tuvo el fundador de los Legionarios de Cristo, Maciel, durante décadas; certeza de que jamás irían a dar con sus huesos en la cárcel, por mucho que se propasaran con las criaturas.

No me he molestado en entrecomillar los párrafos anteriores por ser en su totalidad del notable escritor  así como  espero que reproducir  las ideas de Marías no nos haga merecedores del “anatema sit”

Si desean profundizar más en el asunto hoy y en el mismo medio Maruja Torres escribe: “El florecimiento de denuncias por pederastia contra sacerdotes católicos aviva, en los medios, el debate sobre el celibato obligatorio de los susodichos…” en  El sexo de los curas

One comment

  1. La «mala fe» de la Iglesia Católica
    Apr. 27 , 2010
    La Tercera de la Hora Chile

    A pesar de su orientación religiosa, espiritual y social, la Iglesia Católica es, ante todo, una organización política que entiende los códigos del poder y las comunicaciones como instrumentos para mantenerse en pie. De lo contrario, no habría podido continuar incólume durante 2 mil años luego de los sucesivos errores y abusos que ha cometido en todo este tiempo.

    Su reacción frente a las múltiples denuncias sobre actos de pederastia protagonizados por sacerdotes católicos y que se han venido conociendo en los últimos lustros en distintos países, es una muestra de las dos herramientas que utiliza esta institución para escapar del escrutinio público y mantener cautivo a sus fieles: el silencio y la impunidad.

    Confundir actos delictivos con simples faltas o pecados no es una maniobra deliberada de omisión -al menos no para esta institución-, sino que una flagrante burla a la justicia civil, al anteponer sus normas canónicas por sobre las que nos rigen al resto de los mortales.

    El llamado realizado por las máximas autoridades de la Iglesia Católica local , Chile , a efectuar este tipo de denuncias ante la entidad eclesiástica y no ante los tribunales ordinarios, es una actitud temeraria que demuestra una carencia de voluntad para esclarecer hechos de esta naturaleza en sus propias filas.

    Está demostrado fehacientemente que las acusaciones que se canalizan a través de la propia iglesia terminan en archivadores sin ningún resultado concreto, lo que es previsible cuando a quien se inculpa es juez y parte en la causa; pretender lo contrario es pecar de inocente.

    El caso de Marcial Maciel aquí en Chile es una clase magistral de cómo actúa la Iglesia Católica ante situaciones como éstas y su incapacidad para tomar medidas a tiempo, bajo la lógica de minimizar el daño a la imagen corporativa de la organización, pero colocando en riesgo a otras potenciales víctimas de abusadores que se esconden tras una sotana para cometer aberraciones.

    Los casos que han salido a la luz pública se deben exclusivamente a la valentía de algunas víctimas para denunciar y al trabajo de investigación desarrollado por los medios de comunicación, y no a la iniciativa propia de la Iglesia Católica para depurar a su estructura de estos malos elementos.

    Los cuestionamientos a la entidad eclesiástica no se refieren a los eventuales casos de pedofilia, ya que muchos de ellos no se han confirmado, sino que a la conducta previa de la organización, de minimizar las denuncias y no colocar a disposición de la justicia regular los antecedentes de las acusaciones que reciben. El juicio es hacia la “mala fe” de la iglesia por su actitud de desprecio sobre la “fe pública” que depositan en ella gran parte del mundo católico.

    A estas alturas, pedir perdón es el piso mínimo de contrición que se le puede exigir a una institución que dice ser la portadora de la verdad universal y de la condición humana, cuando el daño que se ha causado no sólo atenta contra las víctimas de los abusos, sino contra los propios dogmas de la entidad religiosa.

    De ahí que centrar el debate en torno a la necesidad de mantener o eliminar el celibato no tiene relevancia alguna respecto a lo medular del proceso que está en juego: hacer de la Iglesia Católica una institución transparente, alejada del sectarismo y el secretismo medieval con que se desenvuelve en pleno siglo XXI.

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