Aguirre vs hooligan

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Si ayer empleamos el anglicismo hooligan era como una referencia a aquellos –no a todos, lógicamente- seguidores bilbainos  o barcelonistas. que piensan producir actos vandálicos, no sensu stricto, sino referidos a aquel otro tipo de violencia en forma de silbidos, gritos o imprecaciones hacia dos símbolos de la Nación, su Rey y su Himno nacional. Bastante desgracia tienen estos miles de desaforados forofos con tener que vivir en un solar patrio con el que no se sienten identificados emocionalmente.

En el pecado llevan la penitencia porque, de momento, y a la espera . de lo que ocurrirá en los siglos venideros, toca tener algo de paciencia y hacerse devotos de la cofradía del santo Job. Y como una salida digna no nos parece mala la idea del presidente del BBB del PNV, Andoni Ortuzar, de que,  además del himno de España, suenen también los himnos vasco y catalán en la final de Copa del Rey. Bienvenidos sean pues los himnos regionales y todas las señeras e ikurriñas que deseen.

Las reacciones al incendio verbal de Esperanza continúan –ahora se habla muy poco del inmenso boquete que las cuentas de su Comunidad han originado en las arcas estatales- y las hay a favor, en contra y mediopensinistas. Así Joan Gaspart echa más leña al fuego: «En Montjuic se abroncó a Franco y no se suspendió el partido»

Antonio Casado no le da mucha importancia al ruidoso hecho:

«Final de Copa con pitada. Va a ser inevitable, tal y como vienen cantadas las cosas ante el partido de fútbol que mañana disputan en Madrid el FC Barcelona y el Athletic de Bilbao. Tampoco es para tanto. (…) Nadie va a tomarse la pitada de mañana como un ‘stress test’ para calcular la fortaleza de las instituciones o sus símbolos.»

La amazona del amanecer,  Isabel San Sebastián, se lo toma de otra manera:

«Habrá quien argumente que el mejor desprecio es no hacer aprecio y que la indiferencia es la mejor reacción posible a la provocación. ¡Error! Precisamente a base de esquivar roces y evitar conflictos hemos ido cediendo terreno los demócratas hasta quedar arrinconados en un espacio que no da más de sí: de las instituciones y de la enseñanza pública catalana ha desaparecido el castellano, porque «por la paz un padre nuestro».»

. “Únicamente Esperanza Aguirre ha demostrado ese valor, al poner su voz a un sentimiento de hartazgo compartido por una gran mayoría de los ciudadanos de este país, e inmediatamente ha sido víctima de una lapidación en toda regla. Que los órganos de expresión del nacionalismo desacrediten a la presidenta de la Comunidad de Madrid se comprende. No en vano es, hoy por hoy, la única líder del PP cuyo discurso supone un obstáculo para el avance de sus proyectos soberanistas”

 

Uno, que firma como Secondat, es de la misma opinión que San Sebastián:

“Si a los separatistas no les gustan ni España ni el himno ni la monarquía, ¿por qué juegan la Liga española?”

Jaime González  se mete en más profundidades:

“Que unos cuantos miserables no nos marquen el camino. Menos ruido y no perdamos la calma. No sucumbamos al furor de sus proclamas: al fin y al cabo, no hay mejor aliado que la bilis ajena, ungüento mágico para convertir la rabia en el eco de un lamento. En el centro del campo, nos beberemos el último sorbo de su copa y brindaremos por nosotros. Si les molesta lo que somos, pongamos la bandera de España en la terraza para hacer de su alarido un viento mansurrón (…) Para que su presencia espante a los cafres que vienen dispuestos a orinarse en nuestra tierra”. ¿No oyen cómo late su corazón ante la llamada de la patria?

.Ángel León en La Gaceta: “En el fondo de todo ello opera una dialéctica que, si no se tratara de una tragedia con montañas de muertos y cordilleras de dolor, movería a la risa. Los separatistas no son más que unos gamberros que en realidad ambicionan la independencia para fastidiar a España. Como ahora con la pitada al himno nacional y al Príncipe de Asturias, porque saben que enoja a la mayoría de españoles. A los nacionalistas no les basta con la independencia. Sólo les colma el odio que sienten por España y el anhelo de su aniquilación (o posesión)”. .

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