En defensa de la torre Pelli de Sevilla

torre Pelli

                                                               torre pelli

 En Bilbao acaban de inaugurar un rascacielos, la torre Iberdrola, diseñado por el arquitecto César Pelli, el más alto del País Vasco, con 165 metros y 41 plantas. Están muy orgullosos los bilbainos de algo que ha supuesto una inversión de 200 euros y que da prestigio a la ciudad es el signo de los tiempos.

En Sevilla quieren hacer algo parecido, quieren terminar, si les dejan, la Torre Cajasol, llamada también Torre Pelli al ser  un proyecto del mismo arquitecto que ha diseñado la de Bilbao –su obra más conocida son las Torres Gemelas Petronas, en Kuala Lumpur. Y digo que quieren hacer porque la obra aunque sigue imparable hacia arriba tiene muchos enemigos exteriores –la UNESCO unos de ellos- e interiores, los supuestos defensores de las esencias sevillanas que ven en peligro que el símbolo eterno de Sevilla, la Giralda, sea sustituido en altura por la Torre.

El proyecto tiene todos los visos de acabar imponiéndose sin que ello suponga ningún menoscabo para una de las ciudades más bellas del mundo, sin que su casco histórico –el más extenso de Europa- se vea afectado, como tampoco ocurre en otras grandes urbes en que coexisten sin problema lo moderno y antiguo.

Nos ha movido a dedicarle un post a tan discutida Torre –habrá que escribirla con mayúscula sin que suponga esta distinción hacerle sombra a la otra tan famosa  Torre del Oro (también toda la vida Cajasol lo ha comprado y comerciado)- un artículo de Luís Manuel Ruiz, que pueden leer completo en el País-Andalucía de hoy y que se puede condensar en la expresión  “un rascacielos en Sevilla significa un ascenso, un alzar la vista y las narices para desintoxicarse del incienso”:

“La Torre Pelli de Sevilla va camino de ocupar un puesto en la mitología de la arquitectura, junto a las pirámides del desierto, las catedrales en que se cifran secretos alquímicos y aquella otra torre primigenia cuyos autores, en su locura, pretendieron hacer llegar hasta las mismísimas barbas de la divinidad. La Torre Pelli será llamada, digamos, la Torre Que Nunca Debió Existir. Está ahí, en la Cartuja, y cada vez más alta, pero no desde luego porque la animen a crecer. Todo empezó con el mismo proyecto, que despertó berridos y tirones de pelo en los despachos de urbanismo: Sevilla y rascacielos eran dos palabras irreconciliables, contradictorias, como el envés y el reverso de una moneda, como la inquietud y el olvido. La cosa prosiguió con el disparate de la Unesco: indiferente al hecho de que edificios mucho mayores y mal puestos habían arruinado ya las postales de otras ciudades de Europa y del mundo sin que nadie emitiera un mugido, los guardianes universales del patrimonio prohibieron la erección de la torre so anatema por los siglos de los siglos. Vinieron las disputas en los juzgados, los altercados entre constructores, delegados, Gobierno y oposición, defensores del arquitecto padre de la criatura o de sus némesis hasta que la cosa parecía haber llegado a un dique seco: no cabían más tonterías en este fondo”

“Como en una alegoría kafkiana, los sevillanos nos hemos acostumbrado a encontrar en la prensa, semana tras semana, noticias de los obstáculos metafísicos que la obra ha de ir venciendo para existir. Obstáculos, vacilaciones, inconvenientes que se condensan en uno: que una gran porción de instituciones locales, muchas de ellas asociadas al poder, no acaban de ver bien que Sevilla tenga un rascacielos. Porque Sevilla, dicen, es eterna, e introducir un grano de modernidad en su paisaje es recordarle maleducadamente que el tiempo corre, que las modas se marchitan, que las fotografías se vuelven amarillas y los metales crían moho sin remedio; un rascacielos en Sevilla es arrebatarle la primacía a la Giralda, esa otra añosa torre, cansadísima de ver santos circular bajo sus faldas, harta de soportar campanas y de recordar a los beatos y las beatas sus deudas con el otro mundo. Un rascacielos en Sevilla significa, como su propio nombre indica, un ascenso, una mirada a lo alto, un alzar la vista y las narices para desintoxicarse del incienso y del dichoso aroma a azahar que embriaga a los poetas de la tercera edad. En fin, lo creamos o no, en esa erección nos jugamos algo más que la absurda belleza del panorama; algo más que la oportunidad de mil leyes desorientadas sobre urbanismo y otras zarandajas; algo, en fin, que sólo las alturas nos pueden dar: la posibilidad de ver más y más lejos”

 

 

2 comments

  1. El tufo del incienso tiende a subir, no lo olvide el cronista. Igual que el humo envenenado con que antaño se cazaban los pajarillos en las arboledas. Además, son miles de años contra algo de tan pronta mudanza, que hoy se acuesta izquierdoso y anticlerical y mañana se despierta Queipo. Hay referentes históricos.¡País!

  2. El 2011 en Sevilla económicamente lo salvó el turismo. Sevilla se construye sobre el río. Las torres antiguas de Sevilla dan para mucha doctrina. Don Aníbal González es un buen ejemplo de recreación. Si tuviera que decir el paisaje español diría el del puerto histórico de Sevilla y habría que abundar sobre el romanticismo pictórico y su paisajismo. Los argumentos jurídicos y estéticos vertidos impiden que se sostengan argumentos más allá de la especulación urbanística y científica. La altura de una ciudad se puede medir muy acertadamente por el nivel de fundamentación de sus pensadores. Averroes nos convoca con toda su vigencia. No es la mejor religión la que adora al cordero de oro.

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