Estampas y frases del pasado (2)

olivares

Había en el pueblo un dispensario de mosto que se extraía de unas cepas plantadas en las suaves colinas de las afueras. Era visitado al caer la tarde y las dosis eran un pequeñas botellas a las que llamaban ”mitaíllas”. Tan afamadas cepas acabaron a causa de la normativa de la UE que subvencionaba la arrancada de las mismas, algo parecido a lo que pasó con el lino, pero con cepas reales.


El hábito anterior se adquiría mayormente como una compensación a tantas horas, segando al sol de agosto y bebiendo agua calentita aunque después vendría la alegría de la recolección en las eras, instantes mágicos y poéticos de donde saldrían bellas zarzuelas, profundos cantos de trilla, o en invierno con muchos aceituneros altivos, con toda la dignidad del mundo, desfilando por las calles, en busca de los helados campos, incluido el Arroyo ya casi desaparecido por lo del cambio climático Entonces eran muy normal que todo se helase y que se formaran en las calles, llenas de charcos, curiosos carámbanos, nosotros los nombrábamos como “carambalos” al igual que se decía “están haciendo el pántano, (con acento en la sílaba tónica), en Bogantes (Govantes), y hay mucha gente de Arola (Álora) y…


Podríamos estar parodiando a Sabina, un día y cien noches sacando a la luz tantas palabras, tantas joyas que han salido de que los niños de antaño, ya con siete años (tres eñes seguidas, para que no la reconozcan), iban al campo a “pintar” garbanzos, a criar guarros, porque el miserable salario de la época sólo se completaba si trabajaban todos, incluyendo las señoras que iban al campo “con los carzones de su marío, aceituneras del pío, pío”.El llenar los graneros, las almazaras de los señores requería todos estos sacrificios y más, teniendo en cuenta que esas riquezas tienen un origen divino y eso era asumido por mucha gente.

Cuando se reunían unos cuantos jubilados de unos setenta años, recordando su niñez, su juventud, ninguno quería volver a vivir aquellos años, el mito de la eterna juventud, el volver a ser joven, el mito de Fausto, dar el alma al diablo a cambio de juventud fallaba, no funcionaba en ese pueblo. Porque no querían volver de nuevo al cortijo que estaba muy lejano, estar quince días sin lavarse, dormir en los pajares, con las pulgas como compañeras… Conozco alguno que, cuando las calenturas propias de la mocedad le acuciaban, para ver a la novia, tenía que hacerse diez kilómetros corriendo cada noche, y otros diez de vuelta para estar a las cinco de nuevo en el tajo. Y para qué seguir…la sociedad de la época estaba así organizada.

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