Suponemos que habrá muchas teorías acerca de las manifestaciones y sobre si son útiles o no. El que se sigan produciendo es un síntoma de que alguna efectividad tendrán aunque algunos piensan que en ocasiones sólo sirven de escaparate, de excelente publicidad para unos fines que son rechazados por la mayoría. Y si sirven para algo sus resultados son muy sutiles o muy a largo plazo de manera que tengan que pasar varias generaciones para que se noten. Y en estos momentos nos estamos acordando de la que hubo después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, uno de los más infames que se recuerdan: un hombre arrodillado, maniatado y ejecutado. ¿ Sirvió de mucho aquella macromanifestación en la que, como siempre, aparecen los gobernantes compungidos? Dicen que su verdugo ya ha sido juzgado y condenado amén de que goza de unos excelentes estados de salud y condición física. No sabemos si es leyenda urbana el que algunos reos cursen carreras mientras cumplen condena con el eficiente apoyo de profesores universitarios independientes.
Una década después parece que estamos en las mismas, sigue cayendo gente, sigue habiendo concentraciones en cada pueblo o gran ciudad de España y continúan viniendo lehendakaris a Madrid pidiendo la libertad del pueblo vasco aunque tampoco nadie esté seguro de quien gobernaría en esta Comunidad autónoma si Madrid cediese: si los sucesorers de Sabino Arana o los chicos de las bombas o, en su caso, de la gasolina, como en su día el jesuítico Arzallus los bautizó.