La verdad aunque duela: Andalucía blues

 Recién acabado el ditirámbico discurso del actor malagueño  Antonio Banderas que fue aclamado atronadoramente en el Teatro Maestranza de Sevilla y que hizo saltar las lágrimas a muchos de los asistentes al acto conmemorativo del día de Andalucía, en donde fueron  premiados justamente con la medalla de la comunidad y con el título de hijo predilecto algunos andaluces que han destacado en alguna actividad, reproducimos algunos párrafos de tan bien representada escenificación (por algo es un buen actor):

  «Yo no tendría vergüenza, ni agallas de mirarme mañana al espejo, si sólo dedicara este momento a lanzar agradecimientos floridos, alabanzas más o menos folclóricas y amanerados piropos a la tierra que amamos»

«Andalucía para mí no es una región, un pueblo, un sentimiento, una idea o un proyecto, Andalucía para mí en estos momentos es una necesidad»

 Y partiendo del concepto de que para él, y para muchos que como él viven en otras partes del planeta, es una necesidad afectiva para el espíritu, es bueno recordar el estado de perpetua necesidad que vive la región secularmente y traer otras opiniones que puedan ayudar a que salga del ostracismo, exentas de cualquier tipo de folklorismo y de la autocomplacencia que anida en muchas mentes, casi siempre coincidentes con quienes se dedican a la política o viven encantados de reconocerse como andaluces, de ahí el “zoy andalú, caci ná”, una opinión nada sospechosa  de alguien que es andaluz y en la que no caben ni el menosprecio ni el sectarismo que atribuimos a los otros cuando las lanzan desde otras regiones, y que en algunos casos pueden ser hasta aprovechables. En esta ocasión hemos traído las poco comunes reflexiones del profesor malagueño Manuel Arias Maldonado,  Andalucía Blues

 

 “ Está muy bien que elijamos una fecha del calendario para celebrar el Día de Andalucía, que los representantes políticos congreguen a los periodistas frente a un busto de Blas Infante y pronuncien allí, con voz solemne, cuatro frases escritas por otro acerca de los valores milenarios de esta tierra y sus entrañables gentes. Está bien, aunque no se acaba de entender que las comunidades autónomas hayan de tener un día propio que luego sirve para no ir a trabajar, ni se comprende por qué un mediocre pensador sin interés alguno ha terminado por convertirse en símbolo institucional de la región.

 Supongo que estos ritos sólo cobran sentido en un contexto más amplio, a saber: la búsqueda desesperada de las distintas regiones españolas por convertirse en naciones de bolsillo, rivalizando con los llamados nacionalismos históricos para que nadie se sienta ofendido, ni carezca de una patria chica por la que rasgarse las vestiduras si un político catalán pone en cuestión el PER o dice que somos unos vagos.

 Está muy bien, en definitiva, que un día al año chapoteemos felizmente en la tautología y salgamos a proclamar que somos andaluces y estamos orgullosos de haber nacido donde hemos nacido y estar donde estamos. Sin embargo, quizá estos juegos florales, con toda su pompa vacía, nos distraigan de una realidad mucho menos agradable, una realidad que no cabe en las cómodas abstracciones del discurso oficial ni en la complacencia folclórica de quienes se dan golpes en el pecho para demostrar su andalucismo. Y esa realidad es que empieza a poder decirse de Andalucía aquello que solía decirse de Brasil: que es la región del futuro y siempre lo será. Porque por debajo de la bandera, del himno y del símbolo omnipresente dela Juntade Andalucía, nos encontramos una sociedad fracasada que ni siquiera es consciente de serlo y, por esa misma razón, no pone los medios necesarios para salir de una postración histórica que no es, aunque lo parezca, un destino inevitable.

 Habría que preguntarse si hay alguna estadística oficial en la que Andalucía no ocupe el último lugar. Se diría que no, tales son los abismos en los que nos hemos acostumbrado a vivir en capítulos tan dispares como los índices de lectura, el grado de información política o el conocimiento de lenguas extranjeras. Naturalmente, mención aparte merece una tasa de desempleo digna dela Bulgariade los años setenta. Sí, malvivimos, principalmente gracias a una industria cuya razón de ser no es precisamente mérito nuestro: aquí hace buen tiempo. Pero también luce el sol en California y allí hacen algo más que explotar esa bendición natural. Ni que decir tiene que la crisis económica ha puesto aún más claramente de manifiesto la ausencia de industrias con valor añadido en nuestra región, provocando un éxodo juvenil cuyas consecuencias pagaremos durante décadas.

 Pero, ¿cómo reacciona el andaluz ante esta triste realidad? Mayormente, se va a la playa. Y cuando no lo hace, decide que la culpa no es suya ni de sus decisiones, sino que corresponde a la austeridad de Angela Merkel o a la perfidia del capitalismo internacional, así, a lo grande, como si todavía viviéramos en los años setenta y la alternativa socialista no hubiese descarrilado espectacularmente. Para el andaluz, no son razones políticas y sociales las que explican el subdesarrollo relativo de nuestra región, ni hay responsabilidades que puedan reclamarse, ni alternativas posibles a un modo de hacer las cosas que no ha funcionado ni puede funcionar. Sucede que los intereses creados son muchos y muy arraigados, que las redes clientelares son muy densas, que desmantelar un chiringuito extractivo que lleva décadas en pie cuesta mucho trabajo: sobre todo, a quienes se benefician del mismo.

 Podemos seguir lamentándonos y eso es lo que haremos. O firmaremos absurdos Pactos por Andalucía cuyo nombre es ya índice de inanidad. Pero ninguna sociedad ha progresado jamás por ese camino. La fórmula es muy sencilla: menos burocracia, menos subvenciones, menos intervencionismo; más rigor, rendición de cuentas y transparencia. ¿O es que no puede funcionar aquí lo que ha funcionado en Finlandia o Nueva Zelanda?

 Desde luego, es difícil cambiar una sociedad. Pero es imposible si esa sociedad no quiere cambiar”

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